Historia del vino: de brebaje tosco a bebida universal

La evidencia más antigua que existe sobre el cultivo de la vid y la fermentación controlada del mosto de uva se remonta aproximadamente al año 6000 a.C., en algún punto del antiguo Oriente Medio. A partir de ahí, el vino ha acompañado a la humanidad durante milenios, aunque no siempre con el prestigio que tiene hoy.

Conviene desterrar la idea de que el vino de la antigüedad era una bebida sofisticada. Nada más lejos. Si lo comparamos con los estándares actuales, incluso los mejores caldos de entonces dejarían mucho que desear, algunos incluso resultaban imbebibles.

Para mejorar su sabor —o al menos disimular sus defectos—, a lo largo de la historia se le ha añadido prácticamente de todo. En el mejor de los casos, se le mezclaba con agua, hierbas o especias.

Fue solo a partir del siglo XIX, con avances científicos y técnicos, cuando el vino comenzó a acercarse a la bebida compleja, placentera y glamurosa que muchos disfrutan hoy, entre sorbos, aromas y conversaciones sobre matices que hace siglos ni se habrían imaginado.

En sus inicios, el vino fue bebida ritual de chamanes y curanderos, valorado por sus efectos embriagadores y afrodisíacos. También durante miles de años fue cosa de curanderos siendo empleado como una medicina y un antiséptico. Con el tiempo, se convirtió en símbolo de estatus, reservado a las élites. En el siglo XIII, por ejemplo, en la boda de Alejandro III de Escocia se consumieron más de 135.000 botellas de vino.

El vino también fue clave en el desarrollo del comercio. Los griegos y romanos expandieron su producción por todo el Mediterráneo, utilizando técnicas como el uso de resina o el sellado de ánforas para su conservación. Los romanos incluso etiquetaban sus vinos con añada, productor y tipo de uva.

Como todo bien valioso, el vino también fue objeto de fraudes. Incluso Galeno sospechaba que se vendía más vino «falerno» del que se producía realmente. Con la expansión del cristianismo, su uso litúrgico salvó la viticultura durante la Edad Media, cuando su calidad cayó en picado. El Renacimiento trajo fuentes de vino para obreros y la vid viajó a América con los conquistadores, arraigando primero en Perú y luego en California.

De necesidad a sofisticación

A partir del siglo XVIII, el comercio internacional del vino se disparó, en especial entre Francia e Inglaterra, lo que llevó al nacimiento de vinos fortificados como el oporto. La Revolución Industrial trajo avances técnicos, y el Champagne debe gran parte de su identidad al monje Dom Pérignon. A él también se le atribuye la idea del embotellado y taponado de los vinos.

Pasteur y el nacimiento de la enología moderna

En el siglo XIX, Louis Pasteur revolucionó la elaboración del vino al estudiar el papel de levaduras y bacterias, permitiendo una producción más higiénica y controlada. Desde entonces, el vino no solo se bebe: se cata, se analiza y se admira.

Hoy, millones de personas en todo el mundo continúan escribiendo la historia de esta bebida milenaria que pasó de ritual chamánico a símbolo global de cultura, placer y tradición.

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