En el mundo del vino hay quienes se consideran entendidos con solo agitar una copa, y quienes, con total honestidad, confiesan no saber por dónde empezar. Lo cierto es que no hace falta tener un máster en enología para disfrutar de una buena cata. Solo necesitas tres cosas: tus sentidos, algo de curiosidad y un vino que despierte interés.
Hay quien dice que “el buen catador es quien ha probado miles de vinos”, pero también hay lugar para quienes empiezan. Porque al final, la experiencia de catar es tan personal como la música que te gusta o los recuerdos que te trae un aroma.
Y sí, puedes catar sin ser un experto. Solo tienes que seguir estos pasos la próxima vez que descorches una botella para que puedas apreciar mucho más que el sabor.
Fase 1: La vista también cata
Antes de oler o probar, mira. La vista nos da pistas sobre la edad y el carácter del vino. Para ello, busca una superficie blanca (puede ser una servilleta o una mesa) y observa el color inclinando la copa ligeramente. ¿Brilla? ¿Es limpio o turbio? ¿Tiene matices dorados, violáceos o ambarinos?
En los vinos blancos, un tono amarillo verdoso indica juventud, mientras que un dorado revela madurez. En los tintos, el borde anaranjado es síntoma de evolución: el rojo violeta va tornándose teja con el paso del tiempo.
Fase 2: Nariz en acción
Aquí entra en juego el olfato, y con él, la magia de los recuerdos. Primero, huele el vino sin moverlo. Luego, agítalo suavemente en la copa para liberar todos sus aromas. ¿Qué notas? ¿Frutas? ¿Flores? ¿Madera? ¿Vainilla, café, cacao…?
Los aromas dependen de muchos factores: la variedad de uva, el tipo de barrica (como las de roble francés o americano en Bodegas Valbusenda), el proceso de fermentación… Y sí, también de tu memoria olfativa: ese olor que a ti te recuerda a manzanas puede que a otro le evoque melocotón.
Fase 3: El sabor habla… y mucho
Por fin, llega el momento de probar. Pero catar no es solo beber: es sentir cómo se comporta el vino en tu boca.
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Percibe el primer impacto: ¿es dulce? ¿ácido?
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Deja que el vino recorra tu boca.
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Nota cómo evoluciona, cómo cambia.
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Y atención al final: ¿qué sensación te deja?
Cada zona de la lengua reacciona a un sabor: dulce en la punta, ácido en los lados, salado al centro y amargo al fondo. Es un viaje sensorial que dura segundos, pero deja huella.
La cata perfecta no existe
Y eso es lo mejor. Cada vino se vive distinto según el momento, la compañía, el estado de ánimo o incluso la música de fondo. No hay respuestas correctas ni aromas universales: el buen vino es el que te emociona, el que deja conversación y ganas de otro sorbo.
Así que la próxima vez que tengas una copa en la mano, recuerda estas tres fases y permítete disfrutar sin pretensiones. Porque al final, catar es sentir. Y para eso, no necesitas ser experto. Solo estar presente.